Asunto Impreso

Diana Taylor, Performance, Buenos Aires, Asunto Impreso, 2012

Por Silvia Soler Casellas

Las genealogías y trayectorias del concepto de performance son múltiples, así como sus ámbitos de circulación. Por eso el libro Performance de Diana Taylor es un esfuerzo para abordar el fenómeno en toda su complejidad: a lo largo de 11 capítulos y con imágenes del Instituto Hemisférico de Performance y Política, Taylor busca comprender los alcances teóricos y metodológicos, así como la riqueza y variedad de las prácticas corporales que se reconocen bajo este concepto. El lenguaje visual y el escrito se interrelacionan aquí para evidenciar el valor heurístico del término sin esconder las tensiones productivas y problemáticas que lo envuelven en el intento de definición y aprehensión siempre inestable y tendiente a la desaparición.

El performance surge de varias prácticas artísticas que se han modificado a lo largo del tiempo y en función de los dis- tintos contextos sociopolíticos. El mayor consenso en torno al término refiere a una forma de arte surgida en las décadas de 1960 y 1970 que cuestionaba en las artes plásticas tradicionales el papel central del objeto en sí. La acción y el cuerpo del artista comenzaron a tener una importancia cada vez mayor, con énfasis en el carácter experiencial del mismo y provocando una renegociación de los límites del arte, el cual ya no sólo produciría obras (objetos), sino que también se entendería como una experiencia directa ligada con las nociones de ritual y de vivencia irrepetible.

Los “estudios del performance” como campo de investigación surgieron en Estados Unidos en las décadas de 1970 y 1980 impulsados e influidos por otras disciplinas como la antropología –con el análisis de los dramas sociales de Victor Turner–, o la lingüística –con J. L. Austin y los actos del habla–. Diana Taylor es una de las mayores especialistas en el ámbito estadounidense, actualmente profesora (university professor) de espa- ñol y de estudios de performance en la New York University, además de fundadora y directora del Instituto Hemisférico de Performance y Política, que desarrolla actividades desde 1998. Su larga trayectoria en el área de los performance studies la ha convertido en una de sus mayores estudiosas y críticas.

Uno de los principales objetivos del libro es analizar qué es el performance, qué hace, qué permite teorizar y la relación compleja que mantiene con los sistemas de poder (Taylor, 2012: 14). Una de las cuestiones básicas es la centralidad del cuerpo en su “hacer”, entendido como prácticas corporales, las cuales, como actos, transfieren saberes, memoria e identidad: estos actos que atraviesan el género, la etnicidad, la ciudadanía, así como la resistencia o la desobediencia son performance y pueden entenderse como tales.

Las distintas capas de referencialidad que despliega la noción de performance se han desarrollado desde diferentes disciplinas y autores. Por ejemplo, para Victor Turner revela el carácter más profundo y genuino de una cultura y es a través de éste como las culturas pueden llegar a comprenderse entre sí. En cambio, para otros autores refiere a la construcción social, la artificialidad o la mímesis.

Taylor apuesta por una lectura más compleja del performance en la cual, como fenómeno socialmente construido, es al mismo tiempo copartícipe de lo real, problematizando así la representacionalidad: “El performance, como acción y como intervención, va más allá de la representación […] el performance es real”. Una muestra es el uso de estrategias performáticas por parte de los pueblos precolombinos en la transferencia de saberes sociales, memoria e identidad, profundamente enraizadas en las Américas que Taylor distingue como prácticas de inscripción y prácticas de incorporación, las primeras con base en la escritura y las segundas con base en el cuerpo.

De manera inevitable, cuando hablamos de performance enfrentamos la dificultad de la traducción, ya que es un neologismo y, como señala la autora, en español y en el contexto latinoamericano refiere específicamente el arte del performance, el arte vivo y el arte acción. Distintos colectivos, artistas o teóricos prefieren utilizar otros términos, como ejecución, representación, teatralidad o espectáculo. A decir de Taylor, performance alude y comprende tanto a la hipervisibilidad de la teatralidad como al sistema de mediatización del espectáculo, y a la vez da cuenta de la acción y la resistencia humanas (ibidem: 47).

Los creadores del performance –por ejemplo, María Bustamante con El pene como instrumento de trabajo (1982); Patricia Ariza en Mujeres en la plaza (2009) y Rocío Boliver en La congelada de uva. ¡Cierra las piernas! (2003)– ponen en juego la escala, lo extremo, la ruptura con las convenciones sociales: el arte retorna a la vida social en su forma mediatizada. Los cuerpos del artista y del público pueden estar presentes o ausentes de muchas formas; las posibles relaciones que se establecen entre ambos diluyen la distinción del espectador-pasivo y el artistaactivo, emergiendo así la categoría de “espect-actores”: término propuesto por el dramaturgo y escritor Augusto Boal y desarrollado en el Teatro del Oprimido.

Sin embargo, el performance posee también su lado oscuro: un espacio entre las esferas de la organización empresarial y como práctica dominante de evaluación del potencial de trabajadores y productos. Taylor aborda en los nuevos usos del performance un amplio campo semántico vinculado con el poder, mas no un poder vertical que domestica los cuerpos, sino uno difuso del capitalismo en su dimensión espectacular, señalada por Guy Debord; un poder que modela subjetividades, máquinas deseantes –a decir de Deleuze y Guattari–. Como se señala en el libro, “el cuerpo humano se ha convertido en un proyecto por realizarse, un desempeño más, dentro de un sistema de representaciones mediado por las nuevas tecnologías digitales” (ibidem: 96). La relación cuerpo-tecnologías-poder abre escenarios híbridos donde el performance puede sostener esos sistemas de poder y al mismo tiempo desafiarlos y resistirlos.

Si bien el cuerpo ha ocupado un lugar central en el performance, el lenguaje tiene asimismo una veta de análisis. El lenguaje, entendido a partir del giro lingüístico como acto, palabras que hacen cosas, ha constituido todo un campo de investigación que Taylor señala sólo de pasada para distinguir entre lo performativo –palabras que en ciertos contextos hacen algo, se convierten en el hecho en sí– y lo performático, adjetivo de la palabra performance. La fuerza del arte del performance reside en ser performativo infeliz, siguiendo a Austin; aquel que cuestiona las convenciones y códigos autorizados en un contexto específico, a diferencia del performativo feliz, que implica un acto lingüístico que actúa de acuerdo con ellos.

Taylor aborda en particular aquel arte que dirige su acción y sus prácticas hacia lo político, así como lo político que produce y trabaja lo estético en lo que hace: el “artivismo”. El caso de H.I.J.O.S. en Argentina y su propuesta de “escrache” como condena social y demanda de justicia y castigo a los responsables ilustra con claridad la relación entre arte y activismo. No se trata de una representación, sino de una acción, un acto efímero y fugaz que, según Peggy Phelan, deviene performance mediante su desaparición.

El arte del performance reivindica el presente; es un acto en vivo y por lo mismo resiste la fetichización del original, presente en otros campos, si bien como tal plantea el problema de su preservación. El museo como institución de preservación y reactivación de los legados artísticos finalmente reproduce y representa: en una dimensión mimética, busca la restauración de un original. La retrospectiva de Marina Abramović –una de las iniciadoras y gran exponente del performance– en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) apeló a cualidades que rechazan rotundamente el performance: lo “auténtico” y lo “original”. El reperformance propuesto por ella no es para Taylor un futuro plausible para el performance ni una forma para su preservación.

Su propuesta para comprender la potencialidad del performance como algo fugaz, pero que al mismo tiempo transfiere valores e identidad, consiste en distinguir entre dos sistemas de transmisión de conocimiento: el archivo y el repertorio. Estos dos conceptos sirven como herramientas metodológicas para el análisis del performance. En el caso del archivo, se refiere a los objetos o materiales resistentes al cambio, aqué- llos susceptibles de ser reexaminados y analizados desde la distancia, tanto en términos espaciales como temporales. Por otro lado, el repertorio tiene que ver con la memoria corporal, que por medio de actos transfiere un saber efímero y no reproducible (ibidem: 154-155).

Los actos corporales, a través de su reactualización y reduplicación en el proceso de selección de los mismos, la memorización y su transmisión, hacen del archivo y del repertorio artefactos mediatizados. Son fuentes de información que se exceden mutuamente en su operar conjunto. Rabinal achi, el drama de los mayas achi de Guatemala, es un ejemplo de cómo la diferencia entre el archivo y el repertorio ayuda a entender el poder del performance para transmitir la memoria cultural colectiva (ibidem: 158).

Del mismo modo que el performance no posee una definición estable ni claramente aprehensible, los estudios del mismo no se han convertido en una disciplina con límites definibles, sino que son un campo posdisciplinar. El performance como epistemología y como metodología se ha extendido entre la comunidad de estudiosos y es un renovado campo de investigación donde confluyen distintas especialidades, donde el objeto y el sujeto de estudio se funden en una suerte de soporte material que encarna significados.

Los estudios del performance rompen con las nociones normativas del comportamiento; entienden las normas como construidas y negociadas, y se debaten entre definiciones: entre si el performance es un acto político por definición o si lo político es siempre un performance (ibidem: 170). Por eso Taylor considera que se trata de un arma muy eficiente que hay que defender. En suma, esta obra resulta indispensable para todos aquellos que deseen introducirse en el mundo del performance, tanto desde el ámbito académico como desde el artivismo.

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