Asunto Impreso

El Di Tella: cuando Buenos Aires soñó ser vanguardia mundial

Por Fernando García para "Clarín" / Durante siete años, el Di Tella de Florida 936 sintonizaba el mundo en Buenos Aires y desafiaba a la sociedad. Dos muestras y libros traen de regreso un mito cultural que se proyectó al futuro.

La pregunta entonces era: ¿es esto arte? ¿cuál es la obra? Para ese interrogante de época, el profesor Jorge Romero Brest (1905-1989)— un hombre calvo y de eterno habano que había dejado su lugar en el Museo Nacional de Bellas Artes— tenía una respuesta así. 

"Convocamos a los contempladores a relacionar imagen y concepto. Que si la obra de arte, como cosa, tiende a desaparecer, según lo vengo sosteniendo desde hace años no desaparecerá el arte, el cual solamente, cambiará de aspecto"

Esas palabras, salieron de Florida 936. Hoy mismo, ahora, uno se para ahí y dice "Centro del Cuero". Hay una vidriera con dos maniquíes teñidos y otra con réplicas de mármol de elefantes. ¿Sería ésta la forma en la que el profesor enunció el cambio de aspecto de la obra de arte?

Un 12 de agosto de cuarenta años atrás, en esa misma dirección (Florida 936) abría la nueva sede del Instituto Di Tella que tendría en su Centro de Artes Visuales (CAV), dirigido por Romero Brest, algo que el ahora director de Bellas Artes, Jorge Glusberg, llama "lanzador de misiles culturales". A ver: donde ahoran pasean turistas a la búsqueda del devaluado tesoro argentino (el cuero), entonces podía verse a un treintañero Umberto Eco dictando una conferencia; a críticos que definieron la mirada del arte en la posguerra evaluando la nueva producción argentina. A ver: todo lo que el crítico francés Pierre Restany definió como "Pop lunfardo". 

"Era la definición perfecta porque al Di Tella lo hizo la gente. Los críticos lo destrozaban pero los oficinistas, los que andaban por el Centro, querían ver qué pasaba ahí. Y así se hizo la fama", recuerda hoy Edgardo Giménez, uno de los jóvenes entonces captados por Brest. 

Una filmación que se guarda de "La Menesunda" (una ambientación pionera en el mundo) muestra a dos chicas tras una cápsula de vidrio bajo un tornado de papel picado. Acto seguido se encuentran con una pareja charlando en la cama. Miran de reojo, son como chicas biondi timoratas que espían el futuro.

A "La Menesunda" (1965) también fue la viuda de Torcuato Di Tella, madre de Guido (ex canciller) y Torcuato (actual secretario de Cultura), quienes habían fundado el Instituto en 1958. "Mi mamá estaba consternada pero se resignaba a lo que estaba pasando. Nos dejaba hacer. Más bien a Guido, porque yo no estaba tan interesado", recuerda el ahora secretario de Kirchner. Es leyenda que la señora Di Tella le espetó a Romero Brest: "Esto no es arte, es un parque de diversiones". Y que Brest, le contestó: "Señora, ¿qué tiene de malo un parque de diversiones?". 

Ese era uno de los cruces entre la sociedad y el Di Tella: la seducción del escándalo. Revistas masivas de la época como Panorama y Primera Plana seguían de cerca a la troupe de Brest. Se jugaba entre la fascinación y el señalamiento de lo snob. En mayo del 67, Panorama tituló "Insospechada gimnasia en un salón de arte" para quejarse por la forma en que se colgaba una muestra. Rubricaba: "¿A qué responde esta actitud del Di Tella? ¿Al presupuesto de que sólo personas de baja estatura deben mirar pintura? ¿A que al espectador hay que agredirlo a ultranza?... ¿O será sólo snobismo?"

Muchas preguntas sobre el fenómeno del Di Tella y los 60 en el arte argentino se siguen respondiendo. Las investigadoras Ana Longoni (autora con Mariano Mestman de "Del Di Tella a Tucumán Arde") y Andrea Giunta ("Vanguardia, internacionalismo y política") participan en un libro de trescientas páginas sobre el período que editará en 2004 el Moma (Museo de Arte Moderno de Nueva York). "La idea —cuenta la argentina Inés Katzenstein, del Programa Internacional del Museo— es que se lean en inglés textos de artistas argentinos de esa época". Se leerán entonces las ideas de Marta Minujín, Juan Pablo Renzi, Roberto Jacoby, entre otros, y habrá dos capítulos centrales sobre las figuras de Romero Brest y Oscar Massotta.

Esta mirada académica sobre el Instituto es bastante nueva (un puente con el ahora inconseguible libro "El Di Tella" del inglés John King). Ni hablar afuera: en el Moma dicen que mientras los artistas brasileños del período son bien conocidos, no se tiene "ni idea" de los argentinos. Glusberg, en tanto, se asume discípulo de Brest y dice que el Di Tella fue un caldo de cultivo sólo comparable al de la Generación del 80 en el siglo XIX. 

¿Le llegó el mármol al Di Tella? Edgardo Giménez, ahora a cargo de la imagen de la Secretaría de Cultura porteña, pide que no: "En todo caso que sea fórmica imitación mármol". Giménez prepara un libro sobre Romero Brest (con textos inéditos) y carga sobre la disección académica del Instituto. "Puede haber mucha profundidad analítica pero falta fuego, pasión y alegría. ¡Ese era el escándalo en un país como éste!" 

Dos muestras de artistas que participaron de la atmósfera del Di Tella refrescarán el mito que, apunta Marcelo Pacheco, del Malba, "define todas las coordenadas del arte actual". Pero el Di Tella no se hizo para ser colgado. Sus obras se escapaban del marco todo lo posible y... no están. Basta repasar esta enumeración de Roberto Jacoby (en el libro de Longoni). "Una: televisores vacíos que no transmitían nada; otra: un diseño para zapatos de plataforma; otra: un montón de arena donde quedaban las huellas de una pareja que había hecho el amor, acompañadas por la grabación de un disco con los sonidos, que se vendía. Las cosas habían llegado muy lejos". 

Tan lejos que prefiguraron la futura disolución social. Una poderosa familia industrial (Di Tella) alienta el desarrollo del arte moderno y se pone a la vanguardia de la cultura, pero la dinámica de esa misma vanguardia termina dándose contra las paredes de Florida 936. Una obra que representa un baño y confunde ficción y realidad (alguien escribe contra Onganía y llega a oídos del poder) es el comienzo del fin: habrá una clausura, obras arrojadas a la calle en protesta y el cierre en 1970 por "falta de presupuesto", jura hoy Torcuato Di Tella. 

Como haya sido, la razón económica no tapa el símbolo. "Es otra vez el sueño roto de un país que pudo ser distinto", dice Pacheco. Y no había happening posible en los setenta.

Leyenda. Mucho después, Brest y Federico Peralta Ramos daban un paseo por Florida arriba, la ex Manzana Loca. Brest se detuvo frente al "Centro del Cuero" y masculló bronca. Peralta Ramos lo sacudió: "¡Vos no querías arte para consumir, che! ¡Se cumplió tu sueño!" Dicen que el profesor esbozó una sonrisa ácida. 
 

Las afueras del mundo: Ilustraciones de Fidel Sclavo y poemas de María Negroni para reconquistar el pasado