Asunto Impreso

El regreso de Franco Venturi

Luis Felipe Noe* para Página/12. Un homenaje permite acercarse a la obra del dibujante y pintor detenido-desaparecido en Mar del Plata en 1976, a los 39 años. Itinerario de un artista comprometido.

En esta memoria dolorida, en esta anticelebración de los treinta años del golpe de Estado autodenominado “proceso” con sus brujerías de hacer “desaparecer” hombres, mujeres y recién nacidos, es muy justo este homenaje a un pintor “desaparecido” en plena juventud, en las vísperas mismas de la instalación en el poder de la junta militar. El secuestro de Venturi aconteció en Mar del Plata, el 20 de febrero de 1976. Fue un anuncio siniestro de la pesadilla que se estaba desencadenando.

Siete años antes, cuando tenía treinta y dos años, el artista había dado un vuelco a su vida. A fines de 1969, luego de un año de plena actividad artística, decidió dejar la pintura para dedicarse a la militante acción revolucionaria.

¿Qué lo llevó a semejante decisión? A fines de los ’60, por todas partes, incluidos los países de “arriba” (los cuales por su centralismo proyectaron sus rebeliones con un gran despliegue internacional), se enunciaba un malestar social, político y cultural en las nuevas generaciones. Sin embargo, 1968 y 1969 fueron años en que los jóvenes argentinos sintieron que, tal como eran las cosas aquí, toda la rebelión semejante a las de los países vedette serían meras retóricas. Aquí, luego de la curiosa autorrepresión que supo generar el onganiato comenzó un despertar popular liderado por la nueva generación. El Cordobazo, el Rosariazo fueron las primeras manifestaciones de que algo muy fuerte comenzaba a surgir. La palabra revolución en el sentido de inversión de una situación estaba a la orden del día. El problema era sólo saber cómo hacerla. Pero sí se sabía que las “formas democráticas” que ensayaban los militares en cada uno de los golpes que habían dado desde la llamada Revolución Libertadora, iban contra la voluntad mayoritaria de la ciudadanía: se habían convertido en una situación sin salida. Un no va más se había instalado en la conciencia de los jóvenes. Faltaba encontrar cómo reinvertir esa situación. En verdad, lo único que se necesitaba era una auténtica democracia. El retorno de Perón –quien en su gobierno no se había destacado por su respeto a los derechos democráticos– era, a pesar de ello, un reclamo popular simplemente porque gran parte de la población, que había estado relegada hasta su aparición en la escena pública, se sintió respetada y considerada.

En este contexto, algunos jóvenes intelectuales y artistas creyeron que la primera necesidad era elaborar una revolución cultural, o sea, de la conciencia popular. Otros, en cambio, pensaban que esa opción era absolutamente insuficiente y escogieron lo que consideraban la única salida posible en una situación asfixiante: la lucha no sólo por el retorno del hombre de la mayoría popular, sino por una profunda transformación social, porque consideraba que sólo en un una verdadera democracia aquella podía lograrse. Esta fue la opción de Franco Venturi.

Pero como militante del peronismo de base, después de su retorno continuó luchando por el cumplimiento de las esperanzas puestas en el líder. Y él los estaba desilusionando. Luego de su muerte y la reacción suscitada, todo pareció darle la razón y continuó la pelea.

Los “subversivos” paradójicamente eran los que pedían una auténtica democracia. Los represores, sin embargo, decían que actuaban en defensa de ésta. La trágica comedia comenzaba a ser un drama. Esta es la diferencia entre las dictaduras anteriores al “proceso” y esta última en la cual la máscara fue lanzada a un costado y el monstruo reveló su verdadero rostro.

En su primera época de artista buscó dar la imagen de la marginalidad, pero no desde el lamento sino desde la protesta y la lucha, siguiendo desde 1965 el camino abierto en 1959 por el grupo Espartaco, al que perteneció desde entonces hasta su disolución en 1968. En este año y, sobre todo en 1969, el último en ese primer período de actividad pictórica, Venturi desarrolló la imagen que él sentía del monstruo ya citado. La experiencia de otra forma de hacer figuración más libre de procedimientos y de la lógica representativa (incluyendo elementos abstractos) le sirvió para tal fin.

Se encontraba en esta actitud artística en 1969 –año de intensa actividad, con una exposición individual en Buenos Aires, otra en Córdoba y su participación en dos importantes colectivas, una de ellas la ya mítica Malvenido Rockefeller– cuando decidió pasar a la acción militante.

Venturi desapareció justamente cuando un año antes había vuelto a pintar, luego de haber estado preso desde julio de 1972 (en Devoto, en el buque Granaderos y en Rawson) hasta la amnistía de 1973. En ese tiempo prisionero no dejaba de dibujar. Al salir, como buen peronista de base, hizo caricaturas de este tenor: un policía detiene a un anciano encorvado, el cual le pregunta: “¿Por qué me lleva preso?”. El cana le contesta: “Por no respetar el verticalismo”.

Vivió después en Buenos Aires y desde 1975 en Mar del Plata. Allí se dedicó a la caricatura política, con esa saña que sólo aquel que tiene razones para tenerla puede desarrollar.

En la siniestra magia de la “desaparición” se perdió gente notable que estaba comenzando a hacer su obra y demostrando su capacidad. El país desperdició así una gran parte de sus mejores talentos. Entre ellos, Franco Venturi.

 

* Texto escrito por el pintor para el libro-catálogo Franco Venturi - Homenaje (Asunto Impreso Ediciones), publicado en el marco de la exposición que el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) ofrece hasta el domingo 21 de mayo.

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